Dándole 'start' al monocilíndro: Un Jeep, un álbum y un Pininfarina.




Recuerdo alguna vez me preguntaron si mi pasión por los carros era ‘genéticamente’ heredada. Yo por mi parte respondí con cierta seriedad entreverada con un toque de sarcasmo:
 “No… a menos que yo sea adoptado.” 
Sin embargo hay cierta verdad en ello, y es que desde la genética o por lo menos desde mi núcleo familiar nunca ha existido ninguna influencia en el interés que le profeso a los automóviles. Mis padres nunca tuvieron ninguna inclinación sospechosa por los vehículos.

Mi padre por su parte, poseía en mi infancia un Jeep Commando Viasa, de fabricación española, blanco con el ‘capacete’ negro, y una cojinería roja poco agraciada a la vista. A pesar de haber sido su primer carro y en el cual aprendió a conducir casi empíricamente, mi padre no le guardaba ningún cariño especial, no lo consentía ni lo malcriaba como muchos dueños primerizos lo hacen. Todo lo contrario, él era bastante recio y exigente con el campero, y no le profesaba mayor apego que el generado por el rutinario uso que le tenía a todos sus pertenencias. Si he de ser sincero, yo tampoco quise al pobre Jeep, nunca me gustó su diseño, nunca me agradó su marcha, y nunca me gustó su cojinería roja. El caso es que la especial indiferencia que mi padre aún siente por los carros nunca fue el detonante de mi particular fijación. Ni qué decir de mi mamá, quien a duras penas puede diferenciar un Renault de un Mercedes. Y por los lados de tíos, primos o demás familiares, la historia es bastante parecida.

Así era el Jeep de mi papá. Pero blanco. Con capacete negro.
Y sin copas en las ruedas. Y más vuelto nada.

Entonces si no fue mi familia, ¿quién o quiénes fueron mis mentores? La verdad aún no lo tengo claro, tal vez no hubo nadie. Lo único que sé es que desde muy pequeño dibujaba carros sin ninguna razón aparente más allá de la clásica empatía entre niños varones y los carritos de juguete. No obstante, mi primer recuerdo de una verdadera influencia hacía el mundo del automóvil surge entre 1992 y 1993 a mis mal contados 5 años de edad. En aquella época, Mobil lanzó un álbum de stickers coleccionables como promoción. La verdad no recuerdo las condiciones exactas de la oferta, solo que al tanquear ciertos galones más algúna cantidad de dinero, se reclamaba un sobre en cualquier estación de servicio de la marca.

En el viaje semanal que mi familia hacía sagradamente hacia Arbeláez, Cundinamarca, la parada en la estación Mobil de Los Árboles en Fusagasugá era obligatoria. Allí recuerdo abrir emocionado los sobres que contenían las láminas del álbum, álbum que al igual que todos los que he empezado, tampoco logré llenar. Casualmente esa misma estación de servicio fue la responsable de un recuerdo muy importante para mi afición: fue allí mismo donde mis padres me compraron mi primer auto a escala, un Lamborghini Countach 5000 Quattrovalvole rojo, escala 1:24 hecho por Majorette. Aún recuerdo que sin ser extremadamente detallado, era bastante elaborado para mis estándares de aquella época. Tristemente el pobre lambo no logró sobrevivir a la agotadora labor de ser juguete de un infante.

Volviendo al Álbum Mobil Automóviles y Motocicletas, como se llamaba oficialmente, éste se convirtió en mi puerta de entrada oficial al mundo del automóvil, al punto de ser casi una especie de biblia aficionada en mi aún incipiente existencia. Al igual que el lambo, este álbum tuvo que sortear las manos y tratos propios de un niño, y si bien no corrió el mismo desenlace que el juguete francés, el impreso no se conserva en perfectas condiciones, principalmente debido a la pérdida de su carátula.

Más allá de haber o no completado el álbum, lo realmente interesante para mí fue lo que encontraba en sus hojas: decenas por no decir cientos de automóviles y motocicletas clasificados desde los más triviales compactos familiares hasta los más exquisitos exóticos vehículos y concept cars del mundo. Allí descubrí que el Swift en realidad siempre fue un Suzuki, o que existían marcas que jamás había escuchado, fabricantes como De Tomaso, Isdera o Donkervoort. Me alegraba ver en la calle los mismos carros que veía en mi álbum, un Mazda 626, un Subaru Legacy, un Peugeot 405 o si tenía suerte, un Toyota Celica Mk5. Conocí finalmente los emblemas de marcas que difícilmente veía en las calles. Me enamoré de las líneas del 911 targa, del naranja intenso del Mercedes C111, o del inquietante boceto del ‘Yamaha F1’ (que en realidad se denominó oficialmente el OX99-11 y cuya particular historia me gustó desde el momento que la conocí).

Sin embargo, el mayor impacto que tuvo ese álbum en mí, venía en un simple sticker con la foto de un automóvil rojo en movimiento sobre una carretera en una verde pradera: el Pininfarina Mythos. En aquella época no sabía qué era Pininfarina, ni qué pasaba con ese automóvil. No había Google o Wikipedia a quién preguntarle. Solo puedo decir que al ver ese auto, algo en mí cambió. Era el carro más hermoso que jamás había visto en mi vida, y lo siguió siendo hasta que Porsche tuvo la buena idea de diseñar el Carrera GT. Me gustaba todo: su perfil sencillamente aerodinámico, su panorámico envolvente, sus gigantescas entradas de aire y como las superficies de su perfil se encontraban coquetamente para modelar su carrocería; era simplemente, armonía en su máxima expresión. 

Mi primer y único verdadero amor: el Pininfarina Mythos.

Años después vine a saber quién era ese tal Pininfarina, y que debajo de la hermosa piel del Mythos se escondía el alma, huesos y corazón de un Ferrari Testarossa. La verdad es que la idea de un automóvil tan espectacular, proporcionado y armónico como el Mythos causó en mí una verdadera impresión que me inspiró a dibujar cada vez más y a sumergirme de lleno en los automóviles, despertando en mí el deseo de saber más de cada vehículo que veía.  En el fondo sé que el Mythos es en parte culpable que yo haya estudiado Diseño Industrial. Reconozco que tristemente nunca tuve talento para dibujar, y como diseñador industrial me siento avergonzado y frustrado con mis habilidades gráficas. Siendo mejor dibujante, tal vez estaría en Turín diseñando el futuro Mythos. O tal vez no. Nunca lo sabré.

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